domingo, 30 de junio de 2013

GRANIZADA (I)



Pierre Auguste Renoir ( 1841 -  1919).  Pintor francés.



Las mujeres mandan en las fiestas de sociedad. Las inventaron al darse cuenta de que el varón se abstiene de maltratarlas en público. La invención es relativamente moderna. Los antiguos no conocieron semejantes funciones de fantoches.

***


Las mujeres son botín de guerra.


***




Los hombres se dividen en mentales y sementales.



***




Las mujeres se dividen en bellas y feas.




 ***



Un hombre se casa cuando no tiene otra cosa de qué ocuparse.



***




Marido y mujer: ¡cómplices!



***




El matrimonio es el camino por el cual dos personas llegan más fácilmente a odiarse y a despreciarse.


***





Los clérigos abominan la mujer, agente de la naturaleza herética.



***




El adulterio es delito forzado como el contrabando. Sirve para subsanar las situaciones tiránicas nacidas del matrimonio de conveniencia. Restablece la sinceridad en la elección.



***




Enamorarse es una falta de amor propio.



***




El matrimonio: azotes y galeras.



 ***



El feminismo es una pretensión de la mujer a justificar lo gastado en su crianza.



                                   

José Antonio Ramos Sucre




Textos publicados inicialmente en Elite, Caracas, 7 de septiembre de 1929, reunidos luego en Granizada y publicados en Los Aires del Presagio (1960), compilación publicada, titulada, prologada y anotada por Rafael Ángel Insausti.


EL FUGITIVO



 
Thomas Couture (1815-1879). Pintor francés.




Huía ansiosamente, con pies doloridos, por el descampado. La nevisca mojaba el suelo negro.
Esperaba salvarme en el bosque de los abedules, incurvados por la borrasca.
Pude esconderme en el antro causado por el desarraigo de un árbol. Compuse las raíces manifiestas para defenderme del oso pardo, y despedí los murciélagos a gritos y palmadas.
Estaba atolondrado por el golpe recibido en la cabeza. Padecía alucinaciones y pesadillas en el escondite. Entendí escaparlas corriendo más lejos.
Atravesé el lodazal cubierto de juncos largos, amplectivos, y salí a un segundo desierto. Me abstenía de encender fogata por miedo de ser alcanzado.
Me acostaba a la intemperie, entumecido por el frío. Entreveía los mandaderos de mis verdugos metódicos. Me seguían a caballo, socorridos de perros negros, de ojos de fuego y ladrido feroz. Los jinetes ostentaban, de penacho, el hopo de una ardita.
Divisé, al pisar la frontera, la lumbre del asilo, y corrí a agazaparme a los pies de mi dios.
Su imagen sedente escucha con los ojos bajos y sonríe con dulzura.





De: La Torre de Timón (1925)




José Antonio Ramos Sucre

sábado, 29 de junio de 2013

EL TÓTEM





Gustave Moreau (1826-1898). Pintor francés.




Yo había perdido un año en ceremonias con el rey del país oculto. Los áulicos sagaces anulaban mi solicitud y sufrían los desahogos de mi protesta con una sonrisa neutral.

    Yo procuraba intimidarlos con el nombre de mi soberano y describía enfáticamente los recursos infinitos de su armada. Se creían salvos en el recinto de sus montes.

    Yo entretenía el sinsabor criticando el estatuto de la familia. Me holgaba con el trato de las mujeres infantiles y de los niños alegres y descubría los efectos de una crianza atenida a la captura del presente rápido. Un pasaje en verso, el primer asunto fiado a la memoria, escrito en una cinta de seda, insistía de modo pintoresco en la realidad sucesiva.

    Nunca he visto igual solicitud por las criaturas simples de la naturaleza. Los niños demostraban un alma indulgente en su familiaridad con las cigarras y con las mariposas recogidas, durante la noche, en una jaula de mimbre y se divertían con las piruetas y remolinos de unos peces de sustancia efímera, circulantes en un acuario de obsidiana.

    Un cortesano, especie de senescal, me visitó una vez con el mensaje de haber sido allanados los inconvenientes de mi embajada. Yo debía presenciar, antes de mi retorno y en señal de amistad, una fiesta dirigida a conciliarme los genios defensores del territorio. El cortesano se alejó después de asentarme en el hombro su abanico autoritario.

    La fiesta se limitaba a recitar delante de un gamo unicorne, símbolo de la felicidad, pintado en un lienzo escarlata, unos himnos de significación abolida. Unos sacerdotes calvos no cesaban de imprimir un sonido igual en sus tamboriles de azófar.

    Uno de los oficiantes renunció el vestido faldulario y el instrumento desapacible con el propósito de facilitar mi salida. Gobernó un día entero mi balsa rústica, palanca en mano, según el curso de un río tumultuoso.

    El gamo unicorne, signo del feliz agüero, se dejó ver sobre la cima de un volcán extinguido.



De: El Cielo de Esmalte (1929)



José Antonio Ramos Sucre

MIÉRCOLES DE CENIZA






 
Armando Barrios (1920 - 1999). Pintor enezolano. Morisca, 1970




Sobresale en el concurso de los fieles ingenuos por la severa majestad que levanta su hermosura decaída. Lucen las galas últimas de la juventud con el doliente esplendor de la tarde, y aridece y blanquea sus cabellos el implacable otoño que arranca las hojas trémulas. Las melancólicas memorias de sus años juveniles sugieren la nostalgia de espléndidos festejos en un castillo señorial abandonado, y a oscurecer de lágrimas sus ojos viene, en el umbral de la vejez, un mensaje del pasado radiante en el recuerdo de anticuadas músicas.
    El olvido, inexorable centinela, custodia su ventana, y ya ante ella no sucumben las demandas suplicantes, como olas rumorosas y humildes al pie de una roca inaccesible. Esquiva su alma a la mundana agitación, y moderada por el desengaño, vuela como la enlutada golondrina a recogerse en el ambiente místico del templo. Allí queda cautiva de la música que surge y se dilata cual la humareda lenta del incienso, y abomina del siglo entre un rumor de fúnebres latines.
    Ocupa su alma el pensamiento de lo que es divino e inmortal desde que tuvo el espejo para su belleza mustia la censura pesimista de la calavera, y viste desde entonces los sombríos colores que simbolizan la desolación de nuestra vida y que son propios para lamentar el estrago irremediable del tiempo. La injuria de los años no oscurece el espejo de sus ojos que alumbran con vivo esplendor, como en virtud de un rito perenne. Ellos prestan a su rostro religiosa gravedad y la exhiben agotada y penitente cual si extenuara su vida el culto de un numen adusto.
    Arrepentida de profanos coloquios y ávida de dolores, guarda para la cruz inflexible la confidencia de sus cuitas. Con desear para su frente, por piadosa imitación, la corona de sangrientas espinas ahuyenta el recuerdo de las fiestas. Para expiar las mundanas ilusiones satisface el extremo de la enmienda y eleva sobre el yermo de su vida, para alumbrar el resto de su viaje, el cirio de cadavérica luz.




De: La Torre de Timón (1925)



José Antonio Ramos Sucre