Mi alma se deleita contemplando el cielo a trechos azul o
nublado, al arrullo de un valse delicioso. Imita la quietud del ave que se
apresta a descansar durante la noche que avecina. Bendice el avance de la
sombra, como el de una virgen tímida a la cita, al recogerse el día y su
cohorte de importunos rumores. Crecen silenciosamente sus negros velos,
tornándose cada vez más densos, hasta dar por el tinte uniforme y el suave
desliz la ilusión de un mar de aguas sedantes y maléficas.
Envuelto en la oscuridad providente, imagino el solaz de
yacer olvidado en el seno de un abismo incalculable, emulando la fortuna de
aquellos personajes que el desvariado ingenio asiático describe, felizmente
cautivos por la fascinación de alguna divinidad marina en el laberinto de
fantásticas grutas.
Expiran los sones del valse delicioso cuando el sol difunde
sus postreras luces sobre el remanso de la tarde. A favor del ambiente ya
callado y oscuro disfrutan mis sentidos de su merecida tregua de lebreles
alertos. Y a detener sobre mi frente el perezoso giro de su velo, surge del
seno de la sombra el vampiro de la melancolía.
De La torre de Timón (1925)
José Antonio Ramos Sucre
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