El SOLITARIO maldijo la ciudad en términos precisos y se
escondió lejos, en una selva de espinos florecientes.
Los naturales divisaban, desde los
miradores y solanas, un contorno inflamado. El moral resistía esforzadamente el
suelo de nitro y el pozo de betún.
Las mujeres
ejercían la autoridad y celebraban de noche un rito lúgubre
y sensual. Yo mismo presencié la fiesta del llanto y del
amor.
Conseguí sustraer
de la muchedumbre una joven destinada a la orgía clamorosa. Adiviné el fervor
de su ternura e inocencia. Unos piratas la habían cautivado sutilmente.
El solitario nos
puso en el camino del mar y yo no acierto a distinguir si me perteneció la idea
súbita de invocar el nombre de Ulises, para conciliarme la voluntad de unos
remeros griegos.
De: El cielo de esmalte
José Antonio Ramos
Sucre
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