sábado, 29 de junio de 2013

EL TÓTEM





Gustave Moreau (1826-1898). Pintor francés.




Yo había perdido un año en ceremonias con el rey del país oculto. Los áulicos sagaces anulaban mi solicitud y sufrían los desahogos de mi protesta con una sonrisa neutral.

    Yo procuraba intimidarlos con el nombre de mi soberano y describía enfáticamente los recursos infinitos de su armada. Se creían salvos en el recinto de sus montes.

    Yo entretenía el sinsabor criticando el estatuto de la familia. Me holgaba con el trato de las mujeres infantiles y de los niños alegres y descubría los efectos de una crianza atenida a la captura del presente rápido. Un pasaje en verso, el primer asunto fiado a la memoria, escrito en una cinta de seda, insistía de modo pintoresco en la realidad sucesiva.

    Nunca he visto igual solicitud por las criaturas simples de la naturaleza. Los niños demostraban un alma indulgente en su familiaridad con las cigarras y con las mariposas recogidas, durante la noche, en una jaula de mimbre y se divertían con las piruetas y remolinos de unos peces de sustancia efímera, circulantes en un acuario de obsidiana.

    Un cortesano, especie de senescal, me visitó una vez con el mensaje de haber sido allanados los inconvenientes de mi embajada. Yo debía presenciar, antes de mi retorno y en señal de amistad, una fiesta dirigida a conciliarme los genios defensores del territorio. El cortesano se alejó después de asentarme en el hombro su abanico autoritario.

    La fiesta se limitaba a recitar delante de un gamo unicorne, símbolo de la felicidad, pintado en un lienzo escarlata, unos himnos de significación abolida. Unos sacerdotes calvos no cesaban de imprimir un sonido igual en sus tamboriles de azófar.

    Uno de los oficiantes renunció el vestido faldulario y el instrumento desapacible con el propósito de facilitar mi salida. Gobernó un día entero mi balsa rústica, palanca en mano, según el curso de un río tumultuoso.

    El gamo unicorne, signo del feliz agüero, se dejó ver sobre la cima de un volcán extinguido.



De: El Cielo de Esmalte (1929)



José Antonio Ramos Sucre

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