La adolescente viste de seda blanca. Reproduce el
atavío y la suavidad del alba. Observa, al caminar, la reminiscencia de una
armonía intuitiva. Se expresa con voz jovial, timbrada para el canto en una
fiesta de la primavera.
Yo escucho las violas y
las flautas de los juglares en la sala antigua. Los sones de la música vuelan a
zozobrar en la noche encantada, sobro el golfo argentado.
El aventurero de la
cota roja y de las trusas pardas arma asechanzas y redes contra la doncella, acervando
mis dolores de proscrito.
La niña asiente a una
señal maligna del seductor. Personas de rostro desconocido invaden la sala y
estorban mi interés. Los juglares celebran, con una música vehemente, la fuga
de los enamorados.
De: La torre de Timón (1925)
José Antonio Ramos Sucre
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