Rembrandt Harmenszoon van Rijn (Leiden, 1606 – Ámsterdam, 1669). Pintor y grabador holandés. Filósofo meditando. |
Prebendas del cobarde y del indiferente reputan algunos la
soledad, oponiéndose al criterio de los santos que renegaron del mundo y que en
ella tuvieron escala de perfección y puerto de ventura. En la disputa acreditan
superior sabiduría los autores de la opinión ascética. Siempre será necesario
que los cultores de la belleza y del bien, los consagrados por la desdicha se acojan
al mudo asilo de la soledad, único refugio acaso de los que parecen de otra
época, desconcertados con el progreso. Demasiado altos para el egoísmo, no le
obedecen muchos que se apartan de sus semejantes. Opuesta causa favorece a
menudo tal resolución, porque así la invocaba un hombre en su descargo:
La indiferencia no
mancilla mi vida solitaria; los dolores pasados y presentes me conmueven; me he
sentido prisionero en las ergástulas; he vacilado con los ilotas ebrios para
inspirar amor a la templanza; me sonrojo de afrentosas esclavitudes; me lastima
la melancolía invencible de las razas vencidas. Los hombres cautivos de la
barbarie musulmana, los judíos perseguidos en Rusia, los miserables hacinados
en la noche como muertos en la ciudad del Támesis, son mis hermanos y los amo.
Tomo el periódico, no como el rentista para tener noticias de su fortuna, sino
para tener noticias de mi familia, que es toda la humanidad. No rehúyo mi deber
de centinela de cuanto es débil y es bello, retirándome a la celda del estudio;
yo soy el amigo de los paladines que buscaron vanamente la muerte en el riesgo
de la última batalla larga y desgraciada, y es mi recuerdo desamparado ciprés
sobre la fosa de los héroes anónimos. No me avergüenzo de homenajes
caballerescos ni de galanterías anticuadas, ni me abstengo de recoger en el
lodo del vicio la desprendida perla de rocío. Evito los abismos paralelos de la
carne y de la muerte, recreándome con el afecto puro de la gloria; de noche en
sueños oigo sus promesas y estoy, por milagro de ese amor, tan libre de lazos
terrenales como aquel místico al saberse amado por la madre de Jesús. La
historia me ha dicho que en la Edad Media las almas nobles se extinguieron
todas en los claustros, y que a los malvados quedó el dominio y población del
mundo; y la experiencia, que confirma esta enseñanza, al darme prueba de la
veracidad de Cervantes que hizo estéril a su héroe, me fuerza a la imitación
del Sol, único, generoso y soberbio.
Así defendía la
soledad uno, cuyo afligido espíritu era tan sensible, que podía servirle de
imagen un lago acorde hasta con la más tenue aura, y en cuyo seno se
prolongaran todos los ruidos, hasta sonar recónditos.
De: La Torre de Timón (1925)
José Antonio Ramos Sucre
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